Tengo 21 años y he sido estudiante toda mi vida. Exceptuando los años que gasté en hablar y andar (duros tiempos aquellos), los demás me los he pasado estudiando. Y la vida del estudiante no es fácil, diría que es incluso peor que la de un profesor, aun teniendo en cuenta que éste sea mileurista.
El profesor de geografía, el de matemáticas o el de mediaciones culturales en las artes están ahí porque les apasiona su trabajo. A lo largo de su vida se han preguntado cual es el río más largo de España, para que sirve una raíz cuadrada (creo que esta pregunta todavía se haya sin respuesta) o qué hace a las cosas únicas. Pero el estudiante no, o al menos aún no. Porque todavía no tiene ese vocabulario en su lenguaje, por lo cual no existe y por la misma razón no tiene preguntas acerca de el.
Y es aquí donde la figura del profesor entra en juego. El que ya se ha hecho las preguntas y de las cuales posee las respuestas para... ¿darlas en un libro de texto sentado desde su silla de profesor? El alumno no tiene más salida que aprendérselas de memoria, también, sentado desde su silla.
Por eso leemos titulares como El fracaso de España es el fracaso de su educación o Los cinco grandes problemas del profesorado español.
Es obvio que no nos vamos a encontrar siempre con buenos profesores y por eso, a los malos, como dice Hanushek, hay que ponerles en otros trabajos. La relación entre la calidad de la enseñanza y el crecimiento económico es tan estrecha que si no se mejoran las escuelas, la economía por su parte, procurará seguir estancada. Un ejemplo donde se demuestra esta relación es en los países del este y sudeste asiático. Una población con un alto nivel de educación y junto con políticas económicas coherentes y estables permiten acelerar los tiempos de transformación y crecimiento. Mientras que a Inglaterra le tomó sesenta años duplicar el nivel de sus ingresos durante la Revolución Industrial, a Japón le tomo 35 años después de la segunda guerra mundial y a Corea solo 11.
Como he mencionado antes, he sido estudiante una gran parte de mi vida y todos esos años en la escuela, en el instituto o universidad dan para muchos profesores (buenos y malos). En la escuela recuerdo a uno que nos ponía divisiones de dos cifras, que por aquel entonces era como descifrar el código Da Vinci, y no nos dejaba salir hasta que las resolvíamos bien. Muchos de mis compañeros cogieron confianza con el conserje Ruperto al tener que cerrar el colegio…. Luego estaba Gloria, la profesora de religión. No sé si la asignatura le llegaría a raíz del nombre, como a las personas altas que se les pone a jugar al baloncesto. Y José, el profe de “educación física”, que nos repitió hasta la saciedad que su clase no se llamaba "gimnasia" sino educación física. A lo mejor hizo alguna campaña porque pocos quedan que la siguen llamando gimnasia. Sigo yendo al colegio con algunos compañeros a visitarles, y tras años y años de pasar alumnos todavía siguen acordándose de nuestros nombres. En el instituto tuve a Elena, profesora de filosofía, y maestra en crearnos preguntas. Con ella pude reemplazar a todos aquellos profesores que no lo consiguieron. Además nos echaba carreras para ver quien llegaba antes a clase. Inteligente...muy inteligente. Y Joaquín, un hombre mayor, regordete. Él era de la generación Don y Doña. Pero con la nuestra era Joaquín a secas. Porque el respeto no solo se impregna en esas tres letras. Daba historia (historia antigua) y solo le hacía falta un boli, mágico, como el bien se regodeaba y espectadores que escucharan sus historias. No tiraba ni de power points, ni de representaciones visuales, lo explicaba tan bien y con tanto detalle que parecía haber estado allí con el mismísimo Cesar o con los Reyes Católicos.
Estos son algunos de los profesores que crearon interrogantes en mí, que me hicieron sentir curiosidad por las cosas de mi alrededor. Los malos, espero que se estén dedicando a otra cosa, por el bien de todos.
Joaquín se jubiló hace pocos meses y en su último día, alumnos y padres de varias generaciones le hicieron un pasillo por el camino que recorría todos los días para entrar a su clase desde hacía más de 30 años.
BMP.